No me encuentro bien. Esta noche me he despertado varias veces con una extraña sensación, no mala, sólamente extraña, ajena. Cada vez que abría los ojos sentía algo más de dificultad para tragar y un pinchazo en la garganta, entonces pensé que me estaba poniendo enfermo, así, sin razón aparente. Pero todo tiene una razón o un razonamiento, una idea o un sentimiento. Yo, estoy cansado. Esta última ronda se eterniza y estoy desesperado por que la campana suene. Últimamente mi resistencia se ha vuelto como el cuero viejo: duro, inflexible y áspero. Tengo el cuerpo entumecido y la cabeza resabiada, ajena a los sentimentos. Las heridas del alma cicatrizaron hace tiempo y el corazón bombea regularmente la mayor parte del día, aunque a veces se dispara y se pone insoportable, porque yo sé que sólo quiere crear confusión. Es agotador sentirse humano. Este pesado arrastrar, aguantar los golpes y empujar cansa a cualquiera, no importa que duela un poco al principio, porque a lo largo de los años se vuelve un zumbido lejano, agradable incluso. Pero el cansancio es imparable, la desidia crece como un cáncer, y ese anhelo de paz interior, que la vaga conformidad busca cuando tenemos tanto que hacer, nos aburre no bien lo conseguimos.
Lo mejor que me ha pasado hoy es el dolor. Sólo el dolor me devuelve la consciencia a una vida que me resulta más extraña cuanto más tiempo paso en ella. Esta noche he intentado tragar y me ha costado, me ha dolido, y durante unos breves momentos he disfrutado de esta vida.